Secreto [Dino Rey/One shot]

Sus encuentros eran secretos. A la noche, en un lugar recóndito. No tenían más opciones. Ellos eran rivales. O, al menos, sus familias o equipos eran rivales. Ellos eran amantes.
Se arreglaban lo mejor posible para verse. Pero siempre tenía que ser moderado, o los demás sospecharían.
Ese día era su aniversario de un mes. Ambos, mientras esperaban al momento adecuado para escabullirse, comenzaron a recordar sus principios.
Se conocieron en México por casualidad. Volvieron a encontrarse cuando los dinosaurios enfermaron. La casa de ella fue trasladada a la playa de él. Ninguno lo planeó.
Por eso dicen que la tercera es la vencida. Cuando volvieron a encontrarse, esta vez en Puerto Madryn, Argentina, ninguno esperaba que el otro hubiera ido a vacacionar allí.
Ella llevaba el pelo suelto y un conjunto rosa. Y él no perdió tiempo en decirle que se veía hermosa.
La chica le devolvió el cumplido como solo una enamorada puede hacerlo, porque era imposible decir que él se veía bien con el suyo.
Un paseo por la playa, mirando las ballenas jugar, fue todo lo que necesitaron. Ella sabía que él la quería. Una canción, una flor, un baile y una carta se lo probaban.
Era su turno de devolverle las atenciones.
Lo detuvo y le tomó el rostro entre sus manos, otorgándole un suave beso en los labios.
- Te amo, Zander
- Te amo, mi ángel
Ambos rostros se iluminaron en una sonrisa. Con suavidad, Zander le quitó los anteojos a la rubia, quien cerró los ojos al sentir el cuidadoso roce.
Se abrazaron, ocultando Reese su rostro en el pecho del mayor. Sentían el desbocado corazón ajeno, latiendo con fuerza por la cercanía.
Ese día, ambos lo pasaron juntos, abrazados para cuidarse del frío viento marino. Cuando ya fue hora de volver se despidieron con un roce, y prometiendo que volverían a verse.
Cumplieron esa promesa, y con creces. No había día sin llamadas, y no había noche en la que no se vieran. La segunda cita fue nerviosa y agitada. Se la pasaron abrazados, a la espera de que alguien los descubriera. Atentos a cualquier ruido.
La tercera fue la más dulce. No les importaba nada más que ellos. Estar juntos, y hacerle sentir al otro lo mucho que lo amaba.
No dejaron de verse desde entonces.
Cuando sus respectivos colegas se fueron a dormir, ambos salieron de sus hogares, dispuestos a encontrarse nuevamente.
Ellos tenían ese secreto. Y era el secreto más dulce de todos.